sábado, 28 de agosto de 2010

Mi espacio es mío


Llevo varios dias tomando el metro para ir y volver del trabajo y he estado fijándome en las decisiones que toman las personas cuando deben elegir una silla: en primer lugar siempre intentan mantener al menos una silla de distancia de los demás, a no ser que sea su compañero de viaje y sólo cuando la única silla disponible está en medio de dos personas, los viajeros se animan a tomarla, pero incluso, hay quien prefiere mantener su viaje de pié simplemente por conservar su espacio.

Como parte de nuestra convivencia en un entorno habitado por gentes de todos los tipos. Nos vemos frecuentemente en situaciones en las que compartimos un mismo espacio físico con muchas personas y reaccionamos siguiendo nuestra necesidad espacial; con toda seguridad, hoy mismo hemos compartido nuestro espacio bien sea en el trabajo, en el metro, en el autobus o incluso en nuestra propia casa.

En mi opinión, teniendo en cuenta la reacción de los viajeros del metro que frecuento y de las situaciones cotidianas, esa obligación irrenunciable de compartir el espacio lleva siempre una reacción implicita e inconciente en nosotros mismos que puede ser agradable, desagradable o neutra; agradable como cuando nuestro espacio lo compartimos con personas a las que apreciamos porque disfrutamos del momento y enriquecemos las relaciones personales, cuando compartimos momentos que elevan nuestro estado de ánimo (un encuentro amoroso, un concierto, un evento deportivo); desagradable si por el contrario la obligada compañía nos causa algún tipo de repulsa como cuando nos topamos con alguién con quien no compartimos su comportamiento irreverente, su lenguaje vulgar, etc; y neutra cuando las personas resultan completamente indiferentes para nosotros.

Por esa necesidad de conservar nuestro espacio, reaccionamos con desavenencia cuando un extraño se nos acerca demasiado.

Por esa necesidad de conservar nuestro espacio, intentamos evitar el más mínimo roce con el desconocido que se sienta a nuestro lado, podría entenderse como una invasión de ambos espacios el suyo y el nuestro.

Sólo cuando tenemos reacciones neutras o agradables, aceptamos que nuestro espacio pueda reducirse o pueda verse invadido por nuestros compañeros.

Pero sólo cuando la cercanía de las personas benefica nuestro estado emocional, anhelamos ser invadidos y compartir nuestro espacio.